Después del brutal dolor de cabeza (empujado por la muerte del Negro Fontanarrosa; que lo parió, que baja) no tuve mejor idea que asistir al seminario “Partidos Políticos en el abismo”, ofrecido por la Fundación ICEDE (Instituto para la Concertación, Equidad y Democracia) en el Sheraton Kempisky, en Capital, invitación que me cursó mi amigo el diputado Pablo Bruera.
Dejé a Julia con 38 de temperatura y me mandé. Grande fue mi sorpresa cuando al entrar me lo encontré a Juan Carlos Correa, enfundado en un traje gris metalizado. Me guiñó un ojo y se sentó lejos de una cámara de Canal 13 que empezaba a tomar las primeras imágenes; todo un símbolo de baja exposición política. Lavagna, Sturzenegger, Cachanosky y Mora y Araujo, algunos de los capos que iban a brillar en el seminario. Me quedé sentado mirándolo, pensando corto, y concluí en 30 segundos que la política no es otra cosa que saber aprovechar las oportunidades. Punto. El celular me despabiló: era el Chino que me llamaba desde Tribunales de La Plata. Cagué, pensé, no me larga más. Dicho y hecho.
“Algo raro sucede en un pueblo cuando los errores del pasado vuelven sistemáticamente como una marea”, mandó tajante, sin introducción, y salí de la sala de conferencia porque la cosa venía larga: estaba leyendo el guacho, lo había escrito, y me lo leía el hijo de puta. La frase me atrapó.
Bajé y me tiré en los sillones del hall, pedí una cerveza, y le regalé mis sentidos: el Chino es el único que me trae noticias del pueblo (en realidad, tenía ganas de escucharlo; además, el seminario arrancaba en 20 minutos).
Reproduzco: “Algo raro sucede en un pueblo cuando los errores del pasado vuelven sistemáticamente como una marea. Raro y peligroso. Repasemos: en plena gran crisis institucional, cuando Buenos Aires se convertía en un flan con olor a rancio y las cacerolas vibraban en las manos de las señoras de clase media, alguien dijo que el único que puede domar al país cuando se enfurece es el peronismo. El partido del general tiene aceitado un perfecto mecanismo político capas de hacer tambalear a mismísimo Charles de Gaulle.
Es así. Y mi amiga Tita debe haber ocupado gran parte de su vida en desentrañar -junto a los suyos- cómo se gobierna con el peronismo en la otra orilla, con el sol cayendo vertical y el jugo helado con gotas vodka bajo la sombrilla. Cuando Eduardo Duhalde ocupó la presidencia de la Nación los diarios internacionales aseguraron que la tormenta lentamente se convertiría en brisa. Que el peronismo era sinónimo de gobernabilidad y que el orden institucional y los acuerdos políticos no tardarían en llegar. Es esa convicción que tenemos cuando viajamos al exterior y vemos, a la distancia, que los dilemas argentinos flotan por si solos, que la cultura nos marca a fuego. Y el problema es que, desde adentro, algo nos confunde y nos impide ver todo con objetividad”….
- Chino, pará, la seguimos luego, que empieza el seminario y no me lo quiero perder… -lo interrumpo-. No tuve suerte. Maldigo el día en que le dije que tenía el camino allanado dentro de los analistas políticos, que era un Morales Solá en potencia, que sólo el tiempo me iba a dar la razón.
Siguió; tenía como meta leerme todo lo que había escrito en el tiempo de boludeo de las oficinas del Tribunal bonaerense. Estaba claro: le había dedicado unas líneas a su pueblo: “Al parecer, los estrategas del peronismo vuelven lenta y progresivamente a ocupar la pantalla. Van midiendo el minuto a minuto. No vale la pena dar nombres (digo por los que intentaron la renovación). Basta con saber que Juan Carlos Correa, el gran representante de Chaves en la política grande, ya está nuevamente entre nosotros con un programa en horario central. Pero si hay algo que caracteriza a los políticos argentinos es su obstinación con el poder. Su porfía en solucionarle los problemas a la gente. Y el mejor lugar que tienen para ocuparse de estos dilemas es, precisamente, la función pública. El caso de Marcelo Santillán es paradigmático. Su compromiso social es digno de destacar, porque no sólo es un entusiasta en ayudar al prójimo, sino que es un amante empedernido de la cosa pública y no conoce otro lugar desde donde socorrer a la gente. Sería bueno acercarlo al tercer sector. Sería bueno saber, también, cuál ha sido el verdadero beneficio para Chaves el tener a su hijo pródigo en lo más alto de la política nacional durante 20 años (si Correa, claro). Cuál ha sido la obra tangible que todos puedan disfrutar y que sintamos orgulloso por eso.
Porque casi sin saberlo, mi padre, peronista de alma, me informa –satisfecho él-, que Juan Carlos ya se metió de lleno en la carrera electoral lugareña y que ya le puso la espalda a Santillán para que de una vez por todas el doctor pueda sentarse en el sillón de Carricart.
Bien sabemos que Roberto Lavagna depende de un milagro: que la inflación se convierta en un tsunami, que no tengamos gas ni para calentar los panchos, o que encuentren en una noche apasionada a los Fernández (Aníbal y Alberto, o Cristina, si lo prefieren) en un intercambio de sudores anales. Parece que la cosa no es muy distinta en el pueblo, donde la oposición va a tener que apelar a diez propuestas diarias, o a cinco semanales, o a una mensual, o lo que tengan para revertir una tendencia inalcanzable… como los barriletes. En esa ardua tarea están, juran y perjuran los emisarios del eterno candidato, muy cerca del caudaloso río De la Garma”.
Ahora si, Roberto Lavagna en el final de su exposición parece empezar a contar cómo él controlaría la inflación si fuese presidente, objetivo que no tuvo en su paso por el Ministerio de Economía. ¿Que cosa no? Será que el Chino tiene razón otra vez, que los dilemas irresueltos del pasado vuelven siempre con respuestas claras y contundentes en las caras conocidas. ¿O en una persona conviven dos personas? Y, si, el amor crece con el miedo, le dije a Julia cuando me senté en el auto para volver a La Plata. No me entendió. Afuera, la resolana se amplificaba en una atmósfera multicolor.